Monday, January 24, 2011

 

Hablemos en castellano

Ofrezco este post a la memoria del maestro Luis Jaime Cisneros (1921-2011),
quien dedicó su vida a mostrarnos por qué las palabras sí importan

No creo que nadie que haya meditado mínimamente al respecto dude de que la prescripción se emplee como una herramienta para controlar el discurso, y en consecuencia, para generar significados en favor de una posición (política, moral, filosófica...) y en detrimentro de otra. La normativa busca obligarnos a preferir una forma lingüística frente a otra, no sobre la base de su eficacia comunicativa, sino a partir de su pretendida naturaleza superior, la que raras veces se molesta en justificar. En la práctica diaria del hablar, sirve como filtro (inútil) de formas nuevas, como un (vano) corsé de la creatividad lingüística, como un intento (fallido) por mantener a raya la variación. Pero aunque no tenga éxito en detener la novedad, la creatividad, la diversidad lingüística, sí proporciona un proyectil eficaz a la hora de desprestigiar a una persona, una posición política o una idea que no nos gusta por alguna otra razón. Si ocurre que la persona con la que estamos debatiendo, o a la que estamos criticando, dice o escribe algo que puede ser identificado como una violación prescriptiva, entonces casi nadie vacila un segundo al atribuirle a esta persona toda la falta de educación, instrucción, inteligencia, habilidad, que sea el caso, descalificando en consecuencia su opinión, sus ideas, sus razones. El debate se desplaza, entonces, de la racionalidad de sus propuestas, hacia la puntillosidad de su ortografía, la pureza de sus expresiones, o la incorrección de sus anacolutos. Esta es una práctica que hemos identificado numerosas veces en este blog.

En una palabra, la prescripción busca convertir en una falta moral el empleo de una forma lingüística diferente.Y en consecuencia, hace de la forma prescrita una alternativa moralmente superior.

Tiene tal fuerza el mandato moral creado por la prescripción, que es capaz de imponerse sobre otras obligaciones morales.

Un ejemplo en este último sentido nos lo proporcionan las recientes declaraciones de Monseñor Luis Bambarén, quien fuera presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, miembro observador de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y que ha recibido numerosos reconocimientos por su trabajo en defensa de los derechos humanos:

por qué hablan tanto de gay, gay, gay, hablemos en castellano, en criollo, maricones, así se dice, ¿sí o no? entonces pues, hablemos clarito
Monseñor Luis Bambarén, entrevista televisada (2:01)



Lo que dice Monseñor Bambarén es muy interesante: gay es una palabra extranjera y eso la hace, según él, inapropiada para ser usada en castellano; la palabra que propone en su lugar es maricón. Por supuesto, Monseñor Bambarén no ignora que maricón sea un insulto; es más, precisamente por eso hace la propuesta: al imponer maricón en lugar de gay lo que está sugiriendo es que mantengamos el matiz reprobatorio en la referencia hacia ese grupo de personas, que les increpemos su modo de ser de manera reiterada y cotidiana (de allí lo de hablemos clarito). Lo interesante de esta sugerencia es que está enteramente basada en un enunciado prescriptivo: que no debemos introducir formas extranjeras cuando hablamos en castellano. La fuerza mágica de la prescripción se revela en toda su gloria: es preferible evitar extranjerismos antes que evitar insultos.

Y es necesario anotar que no es el caso que Monseñor Bambarén crea que se deba insultar a diestra y siniestra: el resto de la entrevista está dedicada a exponer razonables propuestas e invocaciones para evitar insultos en la campaña electoral en curso (pero, aparentemente, es necesario hacer una excepción si de evitar un extranjerismo se trata).

¿Por qué decimos gay si ya existe maricón en castellano? Pues porque hemos adoptado el término recomendado en inglés para evitar el uso de un insulto. No es el caso que gay se pueda traducir como maricón, porque gay no es necesariamente un insulto en inglés (la palabra inglesa que corresponde a maricón es faggot, considerado un grueso insulto). En otras palabras, no teníamos en español un término para referirnos informalmente a esas personas sin insultarlas. Por eso adoptamos gay---por supuesto, existe la palabra homosexual, que es, tanto en inglés como en español, más bien formal.

Curiosamente, la palabra sí existe en el castellano desde antiguo, proveniente del provenzal gai (alegre), pero derivó en gayo (fem. gaya) que significa precisamente vistoso, alegre, el mismo significado que en inglés, pero sin connotación sexual. En inglés mismo, la connotación sexual no siempre estuvo allí ni tuvo siempre el mismo contenido. Incluso en los años 20 y 30 del XX, la década final del siglo XIX (1890-1899) se llamaba regularmente los Gay Ninities (los alegres noventas), para indicar que fue una década de abundancia y despilfarro. En 1934, la película The gay divorcee (La divorciada alegre), cuyo poster empieza el post, retrataba a una mujer que busca que se le acuse de infidelidad (heterosexual) para poder divorciarse de su marido. No es hasta los años 40 que la palabra empieza a ser un eufemismo para indicar homosexualidad. Hoy ya no es un eufemismo, sino que neutralmente denota esa condición.

La adopción de la palabra inglesa gay es, entonces, el resultado de un largo proceso en el que un nuevo concepto se configura: la idea de que es posible referirse a ese grupo de personas sin insultarlas. Tanto en inglés como en español (y otras muchas lenguas). Quizá por eso la Real Academia Española la ha incluido ya en su diccionario. Es, oficialmente, buen castellano

Actualización

Monseñor Bambarén ha dejado más clara su posición: 
"Quiero recalcar que no ha sido en plan de ofender, sino es que rechazo el termino gay".
Monseñor Bambarén, 25 d enero del 2011.
En otras palabras, confirma que estaba cuestionando el uso de un extranjerismo, es decir, formulando un enunciado prescriptivo.

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